miércoles, 18 de octubre de 2017

De cómo preguntar si alguien ha tosido


Normalmente, la mayor razón para preguntar si se ha tosido, es que la tos ha sido malograda, de tal modo que el receptor del sonido de la tos flaquea en su comprensión del hecho.
Ha sucedido, por ejemplo, que una persona contacta a otra por medio de algún software, de tal modo que se establece una conexión remota entre dos personas con audio y video incluidos. Ha sucedido muchas veces eso. Pero supongamos que en algún momento de la conversación, uno de los interlocutores necesita buscar algo, por lo que se disculpa del siguiente modo: esperate un momento, voy a buscar algo aquí en mi oficina; en ese lapso, una persona ajena a la conversación tose, pero malogra su tosido y genera confusión para el interlocutor que está del otro lado de la conexión remota. Aquí viene lo lindo: podríamos preguntarnos si la confusión no es extendible hacia quien se encuentra buscando algo en su oficina, sin embargo vamos a aislar los casos para que el estudio tenga la especificidad requerida. Hubiera sido absurdo haber dicho que venía algo lindo a decirse si lo dejáramos así, pues evidentemente lo lindo tendría que tener algo de nuclear y aquello que se dijo que iba a serlo, fue más bien una salvedad.
Lo absurdo es al loco como el chiste es al buey: nunca ríe, ni siquiera provoca, en fin, no es nada.
Continuamos entonces, con que uno de los interlocutores que utiliza el software, quien podríamos decir que se encuentra, digamos, en México, encuentra una incógnita en el tosido escuchado y de inmediato su rostro formula la pregunta por intuición, pero como el otro no lo está viendo sino que está buscando algo, es requerida una verbalización de la formulación que hizo anteriormente, del siguiente modo: ¿Vos tosiste? Aunque la pregunta no es resueltamente cortés, lo es suficiente para dos personas que sean hermanas o amigas de alta estima.
En el marco de este estudio vamos a comenzar por suponer aquello y pronto veremos cómo haría un padre o una madre. Por supuesto que el tosiente no es quien contestará la pregunta, por no ser integrante de la conversación, sino el hermano de quien pregunta desde territorio mexicano. La respuesta será: no. En ese momento acabará la conversación al respecto, sin que el tosiente haya tenido parte, más que por su tos desvirtuada. Su única posibilidad de actuación, es intentar tener en consideración la conversación remota, para recatarse y no toser nuevamente con un influjo de sonidos informes y garabateados, como un conjunto de insultos repetidos con esperpento, sino galantemente emitir una cadencia de sonidos cortos y leales, disimulando desde el gargajo hasta la resequedad.
En caso de estar un amigo de alta estima en otra oficina y sorprenderse por una forma de tos desvirtuada, no es de obviar que su rostro se iluminará, no de alegría sino de una curiosidad atropellada (es como un alegrón de burro que se precipita en su finalización, o sea, nunca llega a ser un alegrón sino un alegrín, pues pinta en labios una duda pincelada de risa, pero ante la mirada cariñosa de algún testigo por la expectativa que genera el gesto, se incomodaría obligado a decepcionarlo e iría a fijarse, ya cansado, ya torpe, ya, aun así, paciente y tanteando alegría, qué fue lo que pasó) por el recuerdo reciente de un golpeteo tosiente, no exactamente agradable. Siendo, por ejemplo, el padre de quien cree que ha tosido, se dirigiría a la oficina del posible tosiente, encontrando allí al tosiente real y al no tosiente. Este segundo, por supuesto, ha estado inactivo en cuanto a tos se refiere, por lo que se pregunta el por qué de la llegada de su padre. El que ha estado activo no es que sepa por qué vino, pero no siempre se lo pregunta. No nos adentraremos en la cortesía que debería ejercer el no tosiente al recibir dudoso a su padre, sino a la pregunta del padre, en este caso puede tener varias formas verbales:
1) ¿Tosiste?
2) ¿Vos tosiste? (del mismo modo que preguntó el hermano desde México)
3) Escuché algo parecido a una tos ¿Fuiste vos?
En todos los casos, la respuesta de por sí será la siguiente: no. Sin embargo, para el primer caso, al omitirse la palabra ‘vos’, habría que agregar una gesticulación que va desde la postura corporal hasta la mímica del rostro. De todos, en cualquier caso la mímica del rostro debería tener una media risa, pero no de malicia sino al estilo del ser querido que pregunta algo.
Si hay una puerta que separa el espacio donde se encuentra el tosiente y el curioso, sería mejor abrirla solo a la mitad y asomar el rostro, inclinar el cuerpo hasta alzar la pierna que esté más lejana a la puerta y poner de puntilla la pierna de apoyo en el instante que se pronuncia el acento prosódico ‘sis’, de la palabra ‘tosiste’. El dedo índice debe señalar, pero solo en ese mismo instante, pues en caso de sostenerlo señalando durante más tiempo podría ser que la media sonrisa de afecto y condescendencia no fuera bien notada y se dijera que hay una acusación. El dedo pulgar se mantendría señalando hacia arriba en disposición de votante.Al recibir un no por respuesta, nuevamente podría terminar la conversación de un modo abrupto y quizá decepcionante. La media sonrisa de afecto no tendría razón de ser y su desaparición repentina podría crear, en conjunto con el no como respuesta y el cierre consecuente de la puerta, la sensación de que la comunicación es cortante y se busca laconismo por desagrado, cuando el fenómeno causante de desencadenamiento de los hechos anteriores, en realidad debería ser aislado de los patrones de conducta familiares o de los amigos de alta estima.

Mujer en la calle

Estoy en una tienda en la Avenida Central, voy a salir desnuda y caminar por allí. La decisión la he tomado por razones tan extrañas, que si las dijera, las calificarían de verborrea. En realidad, explicar es limitarse a un estándar que contiene mucho menos palabras de las que están contenidas en mis razones.
Es cierto, me expondré demasiado y vendrá la policía a detenerme. Siento un nudo en la garganta por desesperación y ansiedad, mientras salgo de la tienda en donde decidí dejar hasta mi ropa interior en el vestidor. Ya estoy en el vestíbulo. Algunos hombres ríen, otros me indican que no salga así, las mujeres todas me piden a gritos que regrese.
Durante los segundos en el vestíbulo, tengo sensaciones como cuando estaba en la escuela y en el colegio, siento en el cuerpo aquellos avisos autoritarios que repiten las personas como robots, demandando mejoras en algunas tareas; “¡Barra y limpie bien!”, me decían mis compañeras cuando veían que agarraba la escoba con mala técnica. Desnuda entre la gente siento un escándalo igual al que siempre escucho imaginariamente cuando agarro un implemento de limpieza, pues siempre fui desdeñosa de labores domésticas, excepto la de cocinar. Inventé platillos y me adapté a recetas con la misma pasión, pero nunca hubiera utilizado una escoba más que para fantasear que volaba sobre ella. De hecho, me parece haber volado alguna vez y no se puede comprobar lo contrario.
No estoy totalmente desnuda, voy con mis gafas para ver bien y con mis zapatos deportivos para caminar rápido y correr si fuera necesario y así poder avanzar un trayecto lo más largo posible antes de ser detenida. Quiero alargar lo más que pueda esta sensación de extraña y subversiva libertad. “¡Quiero saber qué se siente!” le respondo al muchacho que tiene gafete de gerente cuando me dice algo así como “¡Métase a la tienda, las están viendo! ¡Está tomando una mala decisión al salir así!” Al salir totalmente de la tienda intento relajar mi rostro, comienzo a caminar rápido y mis pechos pequeños y un trasero más o menos grande se balancean al ritmo de mis pasos. Tengo diecinueve años y estudio psicología; me han dicho que quiero curar mi propia locura.
Ya afuera de la tienda escucho piropos y regaños, comienzo a correr y veo rostros de sorpresa, otros de preocupación, otros de excitación; muchos detienen su paso para notar mi carrera con indignación, placer, odio, exaltación, todo es un solo rostro que cambia rápidamente entre las diferentes expresiones y los gritos son una sola canción al ritmo de mis pasos, cuya letra y volumen se modula según la zona; aumenta de tono cuando me acerco a un cruce de calle, pues quienes están en los carros tienen esa coraza vehicular que les hace sentirse protegidos para gritar más duro. No sé qué es peor, las obscenidades o las llamadas de atención. Sé que salí desnuda en una avenida donde nadie más lo está, pero me reservo el “no debí” para gritar con fuerza “¡Déjenme en paz!”.
***
En el bus en el que venía dormida, la gente me mira por el grito que trascendió desde el sueño. Algunas personas me aprueban con sonrisas extrañadas, otras parecen burlarse y los que más son inexpresivos, solo me miran.
Llevo un vestido corto pues quiero que, al llegar al aula de la universidad, note mi figura una compañera que me gusta. Al bajarme del bus, la gente me hace el sueño realidad como si mi grito lo hubiera despertado a él junto conmigo. La diferencia es que no estoy desnuda.

Maradona


Érase de un maradónico y además, tan corriente personaje, que no tenemos cómo teóricamente diferenciarlo de cualquier groserito que toca el balón de buen modo en una cancha abierta. El fútbol, al final en su acto menos circense, se vuelve solo fútbol, mientras que a base del melodrama lúdico psicomotoro de uno que hasta con la punta de la nalga hace una serie, la cuestión se vuelve Celeste, como el color de la bandera y el uniforme de fútbol argentinos y del Nápoles. He allí aquella diferenciación pendiente. Además, no es cualquiera el que juega y gana con la misma virtud a la vez fútbol y calcio, que son lo mismo pero diferentes; a Maradona se le escuchaba decir con la misma autoridad y cariño ambas palabras.
Las cejas dicen "llegué para quedarme" y después, con otra parte del cuerpo, la punta del pie, sirve el balón. Esta anacronía extraña entre la noción de sus cejas y la de sus pies, es parte de la abstracción intempestiva que nos muestra cuadro a cuadro la documentación de sus participaciones. En ella tenemos el sonido del toque, la elevación del esférico y la aclamación tal, que en el ambiente algo genera neblina: quizá la voz del conjunto espectador es así de densa, o bien, el cielo siempre baja con sus nubes para confirmar su espesor en tales circunstancias.
Pasó cerca de Videla, de Ménem, de Castro. Sus cejas grandes y ojos pequeños, no dejaron de reír y reírse de ellos, aun del mismo Fidel, aunque además le tuvo aprecio. La única época en la que dejaron de reír sus ojos y sus cejas, fue aquella de tensión por la coca, cuando ni Maradona sabía quien era ese que lo suplantaba; él se miraba desde no sé donde, quizá su pasado o futuro le daban entidad en alguna otra parte, aun cuando su cuerpo visible fuera el de un robot esclavizado.
Ya liberado bailó y cantó, sonrió, abrazó a sus padres, se reencarnó de anhelos y vida. Y aquel groserito de canchas abiertas, del cual no se diferencia más que por un par de divinidades, le sigue bailando al mundo desde cualquier parte.

martes, 11 de abril de 2017

Cuando lo apolíneo se burla de lo dionisíaco.

Lo apolíneo se burla con él de él, no de él solamente, pues él (lo dionisíaco) se regodea de la burla a sí mismo, pues en sí misma la burla es demasiado bella y debe contenerlo a él para poder realizarse. 

Una equivocación en lo anterior, sería corregido cuando se me refutara que lo apolíneo de hecho no termina de ejercer esta burla, sino que invoca a la risa de lo dionisíaco, pero en un ambiente serio. Lo que sucede es que es tan sutil lo dionisíaco, tan elemental dentro de su tendencia a lo caótico, está tan encerrada en lo apolíneo que este último apenas lo deja reír cuando le conviene. La burla consiste en saber encerrarlo para ponerlo a su servicio y eso es lo bello. 

Pero no sea considerado este un sueño fascista, sino mi fantasía de una libertad en su dialéctica, pues es una alucinación que siento en el corazón desbordado ante las sugerencias de lo apolíneo, desbordado en el envase de mi cuerpo y sin embargo, tan desbordado que algo sustituye a mis ojos y agudiza mis quimeras.


domingo, 9 de abril de 2017

Verdad
¿Por qué te escondés en los recovecos de la realidad,
salís a lucirte a la calle y te me escapás en un sueño?

Verdad
¿Por qué te veo al despertar y
cuando bebo el primer sorbo de la mañana me acrecentás la noche?

Verdad que saboreo 
y a veces detesto
Injusta y necesaria
Crecida en árbol,
Invisible

Poderosa se desliza hacia su muerte
Verdad, verdad,
Con su mentira transforma
a los gusanos en universos
sin que nadie lo sepa
provocando bandadas de aves y disturbios

Verdad en los canales bajo el mar
desolada describiendo terremotos relamidos
Permanente por fugaz

Verdad que me da la vida, traicionera

lunes, 13 de febrero de 2017

¿Para qué entender a un autor y sus "rodeos"?

Con este video (enlace del video click aquí ) he tenido una experiencia Eureka que me agrada muchísimo, pues hace tiempo estaba en busca de la respuesta, es más, estaba en busca de la pregunta.
Al escuchar a Darin planteando la forma en que se generan los registros por las conexiones, me volvió la inquietud al fin resuelta: ¿por qué rayos no decir simplemente que se generó un recuerdo? ¿por qué no usar el lenguaje cotidiano para decir las cosas en vez de complicarlas con conceptos o estructuras que parecieran innecesarias? Esta pregunta me ha alejado de la filosofía (aunque siempre vuelvo a ella) y me atrevería a decir que a muchos también los ha alejado y nunca han regresado.

La respuesta que he obtenido, se basa en la experiencia en la disciplina que practico hace muchos años: el desarrollo de software. Para desarrollar software, es necesario saber un lenguaje de desarrollo para lograr algunas cosas, pero también es necesario conocer otros lenguajes de desarrollo para lograr otras. En dos lenguajes de programación diferentes muchas veces se dice lo mismo, pero de diferente modo, no tanto en el orden morfológico, no tanto en el sintáctico, sino a nivel de estructura: una estructura específica permite conexiones con otras estructuras, que solo son posibles por medio de ella. Pero para ello hay que construir, primero el lenguaje capaz de lograrlo, después la estructura misma.

De ese mismo modo creo que funciona el tema de comprender "el mundo de..." x o y autor. ¿Para qué meterse a comprender todo el "enredo" que hacen Deleuze y Guatarri? Pues, más que un enredo, es una estructura con algunos elementos repetidos de otras, pero con un nuevo lenguaje que debe convencionalizarse para permitir conexiones nuevas o diferentes.

sábado, 19 de noviembre de 2016

El equilibrista

Podría partirse de que una actitud es buena por ser productora de aprendizaje, pero sobre todo, porque produce creatividad. Convendría estudiar es aquello que genere alternativas. Esto podría parecer obvio, sin embargo, genera una motivación diferente, puede cambiar el enfoque.

El problema con eso, es que muchas veces la especificidad de un problema hace pensar que solamente puede resolverse de un cierto modo; pero esto confirma mi necesidad: la solución del problema no está en parcharlo, sino en ir más allá, o sea, comprender mejor el procedimiento al que se acude en cada situación. Esta labor, se podría decir que sería inútil si se estuviera en un ambiente de producción, sin embargo, el ideal de cualquier trabajador es tener el conocimiento suficiente para sotenerse en producción pudiendo darse el lujo de tomarse el tiempo para estudiar a fondo el funcionamiento de cualquier procedimiento que le genere dudas.

Para eso claramente hay que trabajar y de algún modo, el trabajador debe estimar que en la actualidad esa es también su tarea en la oficina, aun cuando él mismo no se haya abierto ese espacio, precisamente porque deberá írselo abriendo poco a poco. Sin embargo, el tiempo libre le puede servir para avanzar sin ninguna culpabilidad hacia la resolución de los problemas desde esa perspectiva. Aunque debe seguir midiendo y considerando cierta prisa, pues no es sano el relajo total, también debe comprender que mientras más respeto tenga el espacio de lo investigativo en un nivel de profundidad que se produzca de la búsqueda exhaustiva y la comprensión de los resultados, podría ser que a la larga tenga cierta autonomía, ya sea como trabajador independiente o como colaborador. Para esto hay que aclarar que el colaborador no siempre es menos autónomo que el trabajador independiente, pues dependiendo de su conocimiento, puede dedicarse a las labores de su preferencia.

Podría considerarse que con esto se pretende que alguien, siendo colaborador o no, podría decidir hacer lo que le da la gana; hay algo de eso, pero es dentro del marco de estudio y soluciones planteadas por los acuerdos y no se cuestiona que límites siempre van a haber.

Aunque en cierto modo, se puedan encontrar algunos huecos teóricos en lo dicho, creo que a nivel de ensayo tiene valor, pero no para motivarse a la deconstrucción o crítica del texto, sino a la puesta en práctica del mismo. Por otro lado, la seria implicación de considerarlo de modo acrítico es que no se puede partir desde el dogma para caminar hacia el resto y es ahí donde uno se detiene a pensar nuevamente si sería mejor desmenuzar lo anterior. La respuesta más tentadora y a la vez relativamente satisfactoria, es la de que será, de por sí, necesario realizar una segunda pasada (y otras más sucesivas, probablemente hasta la muerte) en un momento dado, cuando la necesidad lo amerite.

Podría verse lo anterior como algo paradójico, pues de algún modo contradice el ideal investigativo planteado; sin embargo, más bien brinda la oportunidad de indicar lo que sería una comprensión lograda por la búsqueda exhaustiva: aquella que permite la apropiación de una solución en cuestión.

Sería sumamente aburrido pensar nuevamente en la necesidad que se tendrá de reapropiarse de la solución cuando se le encuentren defectos, inconsistencias o carencias, pues cada uno de estos “errores en el sistema” deberá encargarse de demostrar la falta de apropiación.


Esto da pie a una síntesis muy valiosa, pues encuentra un punto de partida para mejorar el equilibrio en la cuerda floja que hay entre lo teórico-racional y lo empírico-sensible. Claro, por hablar de eso siento de inmediato siento que me cae en la cabeza y me golpea un libro de los más pesados: la Crítica de la Razón Pura. Cuando lo tengo en mis manos y me lo quiero apropiar, recuerdo que no le pertenezco a él ni él a mí, en casi ninguna de sus partes; solo me quedó aquello que escuché en una explicación del libro sobre los juicios sintéticos a priori y todo ese enredo que nunca me cuajó ni me aterrizó. Si yo me resulevo con un textillo propio que intenta hacer equilibrio (ojalá fuera como el equilibrista de “Así Habló Zaratustra” de Nietczhe, posterior a Kant) a partir de motivaciones ingenuas, en un entorno de producción vulgarizado por la inmediatez, como lo son casi todos en este lado del planeta ¿Debería primero apropiarme de La Crítica de la Razón Pura para establecer la diferencia y mejorar los procesos que dependan de mí?

En todo caso mi "textillo vulgar" tendría que acompañar la lectura de la Crítica de la Razón Pura, pues es del que vengo apropiado, valga decir, a partir de la experiencia.